11 diciembre 2025

Gabriela Mistral y nuestra América. A 80 años del Premio Nobel

Dr. José Antonio González, Académico UCN De la triada de los poetas mayores en Chile, Pablo Neruda, Gabriela Mistral y Vicente Huidobro, no hay pluma que escribió más sobre el continente, se preocupó de la contingencia política y, sobre todo, contribuyó efectivamente a enaltecer a la mujer latinoamericana y los pueblos originarios, como Gabriela Mistral. […]

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Columna de

José Antonio González Pizarro

Dr. José Antonio González, Académico UCN

De la triada de los poetas mayores en Chile, Pablo Neruda, Gabriela Mistral y Vicente Huidobro, no hay pluma que escribió más sobre el continente, se preocupó de la contingencia política y, sobre todo, contribuyó efectivamente a enaltecer a la mujer latinoamericana y los pueblos originarios, como Gabriela Mistral. Leer los aportes de la Mistral de los años 20, 30, 40 y 50, sorprende gratamente por su lucidez intelectual, su coraje moral y valentía en exponer sus opiniones, defender convicciones y adherir a causas que estimó necesarias para la dignidad latinoamericana. Sostuvo una postura en defensa de los niños judíos ante la oleada parda antisemita. Defendió al pueblo vasco- ofreció las utilidades de su libro Tala– en apoyo a éste durante la guerra civil española. Su personalidad fue compleja, contradictoria- profesó el cristianismo y la teosofía, y se acercó a un catolicismo más social-, fue tradicionalista, por sus raíces rurales, y cuestionó el discurso populista del fascismo de Mussolini, pero se alejó del totalitarismo soviético de Stalin.

Un hito trascendental de esta conducta, fue su estada en México. Previamente, había colaborado en diversas revistas del país de José Vasconcelos, desde 1916. La invitación de Vasconcelos, para colaborar en su reforma educacional, encontró en nuestra maestra, una persona autodidacta, cuya experiencia en el ámbito educacional mezclaba la enseñanza rural como urbana, la primaria como la secundaria. Fueron dos años, 1922-1924, que la Mistral permaneció en México. Y su figura alcanzó reconocimiento. Como destacó la investigadora mexicana Carla Ulloa Inostroza, la patria de Benito Juárez no solo le brindó la posibilidad de publicar libros señeros de poesía- Desolación- y dejar listos otros-Motivos de San Francisco-sino el ambiente intelectual y el apoyo del gobierno de México, posibilitó los viajes hacia los EE.UU. y Europa por espacio de quince años. Las colaboraciones de Mistral con escritores mexicanos, Amado Nervo, Antonio Caso, Alfonso Reyes- el principal humanista del continente- o Enrique González Martínez, intelectual y diplomático, hablan de una continuidad amical, literaria y de preocupaciones comunes. Muchos de ellos, adhirieron, bajo la enseña del uruguayo José Enrique Rodó, a la corriente del arielismo, una defensa espiritual del americanismo y de lo latino, ante la cultura norteamericana, por su utilitarismo, materialismo. Lo norteamericano, por la fuerza, el poder, representaba el calibanismo (proveniente del personaje Calibán de la obra Tempestad Shakespeare, que representa lo primitivo, opuesto a Próspero, lo espiritual). Habrá que consignar que, frente a esta sensibilidad, estaba la que miraba a los EE.UU. como modelo de pujanza democrática, y desarrollo industrial, tanto en José Victorino Lastarria o en Domingo Faustino Sarmiento.

En 1921 dio a conocer un ensayo sobre México, poniendo el énfasis de cómo los chilenos juzgamos a las demás naciones, a veces, por una sola dimensión, omitiendo la grandeza de su cultura. Escribe estas líneas, que siguen vigentes, y que nos retrata en nuestra idiosincrasia:

“Siendo (Chile) un pueblo de vida política tranquila, juzgamos del progreso de los demás pueblos, únicamente por este aspecto y no nos explicamos que pueda existir, al margen de la situación interna agitada, una intensa actividad intelectual; no creemos que junto a los caudillos haya una legión, toda una legión de constructores de la cultura, labrándola con una serenidad y una confianza nobilísimas, desde la escuela primaria hasta la de Bellas Artes”.

En una obra señera, Mistral publicó en 1923 Lecturas para Mujeres. Una obra de la Secretaría de Educación Pública, que dirigía el filósofo José Vasconcelos- Rector de la UNAM, más tarde- plantea el papel que tiene el Estado en la emancipación de las mujeres rurales y analfabetas, mediante lecturas diversas que gatillen el despertar por la imaginación, la creación y las capacidades de contribuir al despegue social, cultural y económico de una nación. Se puede acceder a este libro relevante en este link https://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0003267.pdf

Su voz resonó en momentos que se discutía la Constitución de 1925 en nuestro país: “Por mi voz hablan muchas mujeres de clase media y del pueblo”, apostilló. Siempre le agradó ser la “insufrible demócrata”.

Aun cuando varias veces señaló que era distante de la política. Se lo confesó a Pedro Aguirre Cerda, no cegó su mirada hacia las condiciones del pueblo. También observó que la realidad campesina chilena en 1931 reflejaba, en gran parte, la situación del pueblo latinoamericano. Escribe, entonces, “Entre los intereses de los capitalistas criollos y los intereses de los capitalistas extraños, desarrolla su vida entera la masa de un pueblo que no verifica estos arreglos y que solo los padece”.

Nuestra insigne poetisa bregó por hacer diferencias de las políticas que se ejercían en el continente americano. Se opuso al intervencionismo norteamericano. Una lucha muy noble fue la encabezó en favor de Sandino, enfrentando la dictadura de Somoza. Fustigó a los delegados reunidos en La Habana, 1928, para debatir el asunto de Sandino. Tal instancia, para la Mistral, era para esconder cosas feas, anota el estudioso Jaime Quezada. La defensa de Augusto César Sandino, en su escrito “La cacería de Sandino”, redactado en Nueva York, en 1931, refleja esa toma de posición ante la injerencia del presidente Hoover. Su pluma enaltece al héroe nicaragüense: “Lástima grande que la cabeza enlodada del herrero que la Prensa yanqui llama de “bandido” sea, por rara ocurrencia, una cabeza a la cual siga anhelante el continente en donde vive toda su raza y una pieza que desde Europa llaman de héroe nato y de criatura providencial los que saben nombrar bien”.

Estas páginas van a erigirse en los preliminares, que la Mistral redactó en 1942 en Brasil, para recalcar las “Diferencias y concordancias entre Estados Unidos y la América Española”, que Diego del Pozo, recogió en la Antología política de Gabriela Mistral. Con perspicacia, la antigua profesora de nuestro Liceo de Niñas de Antofagasta, consigna:

“Nuestro choques más explícitos y resonantes son los que llaman político-económico…el nudo gordiano de nuestra disidencia: la sangre y la cultura violentamente opuestas de las dos masas continentales”. Y prosigue nuestra poetisa, nos aleja los tipos raciales, por más que evitamos mencionarla y menos declararla. Cuando irrumpió el discurso racista de Hitler, nos dimos cuenta, “que cargábamos un veneno suficiente para dañar nuestro futuro entero”. El norteamericano y el criollo blanco del Sur, han sustentado- prosigue la Mistral- que el “indio y el mestizo cargado de indio, son gentes esencialmente inferiores y cuando menos problemáticamente capaces de recibir y asimilar culturas”. Y el prejuicio se ve alimentado por Gobineau y Chamberlain. Hay que lavar con soda cáustica, esa herencia de negreros y conquistadores. El otro mal diferenciador, es la diferencia de cultura. El norteamericano medio, común, el más “importante en las democracias”, no concede el rango de culto al hombre medio de la América del Sur. El norteamericano al decir cultura piensa en civilización (industrias, servicio de higiene en las ciudades, automóviles, no vivir en la pobreza). El sudamericano mantiene tercamente la noción de cultura del hombre mediterráneo: la riqueza no es un indicador. Y concluye: “Digo como vieja maestra que algo sabe del lenguaje y de lo que él lleva en la entraña, que el indio y el viejo español, son, todavía, una brizna viva de su Nezahualcoyotl, poeta y filósofo o una de su Alfonso el Sabio”.

Gabriela Mistral no fue ajena a las tensiones del continente durante la primera mitad del siglo XX. Los problemas que abordó siguen cuestionándonos a los latinoamericanos.

Columnista

José Antonio González Pizarro

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