15 abril 2025
El dulce comercio
Miguel Atienza, IDEAR UCN A mediados del siglo XVIII, el filósofo Montesquieu hablaba del dulce comercio porque, según él, suavizaba las costumbres. No porque ennoblezca al alma ni mejore al comerciante, sino porque lo obliga a pensar en el otro. Cuando uno necesita vender, no puede permitirse demasiadas ofensas. Benjamin Constant, un siglo después, repitió […]
Columna de
Miguel Atienza
Miguel Atienza, IDEAR UCN
A mediados del siglo XVIII, el filósofo Montesquieu hablaba del dulce comercio porque, según él, suavizaba las costumbres. No porque ennoblezca al alma ni mejore al comerciante, sino porque lo obliga a pensar en el otro. Cuando uno necesita vender, no puede permitirse demasiadas ofensas. Benjamin Constant, un siglo después, repitió esta idea, sencilla y práctica, el comerciante prefiere la cuenta clara al sable desenvainado. El filósofo ilustrado Kant, más ambicioso, vio en el comercio uno de los pilares de una paz perpetua.
Nada de esto habría escandalizado a un dueño de almacén. Pero sí a Trump. El Presidente de Estados Unidos, con su estilo de camión sin frenos, prefiere los aranceles, las amenazas y el ruido, de regreso al siglo XVII, famoso por sus guerras. En vez de vender más, prefiere comprar menos. En vez de enlazar, desatar. Impone aranceles a casi todo el mundo, hasta a una isla poblada de pingüinos. Todo para proteger la industria nacional, según dice, aunque todavía sin una estrategia definida. No es la primera vez, la historia nos muestra que el mundo puede dar marcha atrás a fuerza de decretos o cosas peores.
La guerra comercial no sólo encarecerá las cosas y creará incertidumbre. Puede romper algo más delicado: la idea de que comerciar es mejor que confrontar. Es difícil pelear con quien te compra vino o cobre y te vende autos. No porque te caiga bien o mal, sino porque dependes de él. Esa dependencia incómoda es una forma de paz, y cuando se corta, aparecen los discursos de la fuerza, las sospechas, el repliegue. El dulce comercio de Montesquieu no era una utopía. Era una observación fría. Donde hay trato, suele haber menos balas, ese fue el origen de la Unión Europea, por ejemplo. Donde hay aduanas cerradas, hay más ruido de botas. Tampoco se trata de idealizar el comercio. No siempre es dulce. También esclaviza, saquea y concentra riqueza. Pero despreciarlo en nombre de una autosuficiencia imposible no es el camino. Trump lo intenta, y el mundo se vuelve más tosco, no más seguro. Quizás los ilustrados tenían razón: el comercio no salva el alma, pero puede evitar desastres. No es mucho, pero en estos tiempos, no es poco.